jueves, 12 de abril de 2012

Dónde estaba cuando ocurrió?

¿Dónde estaba cuando ocurrió? ¿Cómo y cuándo me lo perdí?

     Porque recuerdo que la palabra valía y cuando decíamos: “te veo a las 10” no eran las 11, ni las 12. Porque cuándo enviabas una carta lo lógico era que te respondieran.

     Que cuando tenías un talento, un don, lo ofrecías generosamente, aunque sea de manera ocasional, como un servicio al prójimo.

     Antes era la sumisión total… Ahora es la rebeldía desenfrenada. ¿Cuándo saltamos de un extremo a otro  como si no existiera el punto medio, el del equilibrio?

     Para los festejos recibías una invitación y te sentías favorecida porque te tenían en cuenta y era “invitación con todo incluido”; nadie se imaginaba que los invitados pagaran el festejo.

     Semana Santa era eso: “santa”… silencio exterior e interior para reflexionar solo y en familia. ¡Baile un viernes santo, impensado!

     Tu amigo era alguien en quien confiabas y aunque lo que abunda no daña, lo que es amigo, amigo, casi es imposible tener muchos; el resto son conocidos, porque la confianza la depositabas y la seguís depositando, casi seguro, en uno solo.

     Papá trabajaba; mamá atendía la casa y educaba a los niños: La vida era tan dura como ahora, pero las necesidades materiales eran menores porque antes se vivía con menos cosas. Pilar Sordo, en su libro “Bienvenido dolor”, expresa: “Mi abuelita que tiene 95 años me planteó su preocupación por la generación de las personas de cuarenta años y menos porque, según ella, nuestra generación tiene todo lo que ella cuando era joven hubiera querido tener para hacerse la vida más fácil; con esto se refería a un hervidor de agua eléctrico como a un remedio para el cáncer. La pregunta que ella se hacía era por qué teniendo todos esos elementos que aparentemente “llegaron para solucionarnos la vida”, ella veía a más gente riendo a carcajadas entre la gente de su generación que en la nuestra”.

     Otra cosa que Sordo enuncia es que “descubro con asombro, sorpresa y curiosidad, que existe un fenómeno social que por determinada razón, en algunos países nos hace valorar, respetar y considerar a la gente de mal genio como madura, confiable, creíble, sólida y respetable. Esas personas con el ceño fruncido, sin ninguna sonrisa y víctima de bruxismo (mandíbula apretada), extrañamente son consideradas como posibles referentes intelectuales, sociales y afectivos en ciertos países. El otro, en cambio, el que tiene una actitud cariñosa y positiva y una cara distendida, afable y sonriente, independiente de los problemas que pueda estar viviendo; esa persona que motiva a los demás, que siempre les dice que todo será mejor, que sube el ánimo a cualquiera y que es cordial con todos los que encuentra en el día, necesitaría terapia y algún tipo de asistencia psicológica. A este ser, la mayoría de las veces se le considera inmaduro, livianito y con poco contenido intelectual; todo el mundo lo regaña pidiéndole encarecidamente que madure, ya que la vida no es una fiesta y se espera de él o de ella, que en algún momento siente cabeza”.

     Reímos menos, y un arma invalorable para la vida, “la carcajada” o la risa que tienta, desaparecieron, privándonos de herramientas a favor de la salud, magníficas.

     Indudablemente me perdí el cambio; espero que no haya sido por mirar para otro lado.

     ¿Será que los años no vienen solos e imito lo que me irrita: el rezongo?

     Siempre todo cambia. Bendito sea si es para ser un poco más felices. Pero, ¿lo somos? Evidentemente que todo es distinto. Pero ¿mejor?

     Propongo la esperanza porque es una luz con la que llegamos al mundo y es necesario cuidar. La levanto como una bandera y la mantengo firme mientras sonrío aunque acechen las arrugas… porque sonreír siempre es gratificante para el otro y para uno.


Mary Pieroni
E-mail: marypieroni@hotmail.com


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