martes, 30 de agosto de 2011

El día después

Victoria y derrota, dos extremos de una misma acción: la competencia.

     Uno triunfa y se carga con el trofeo de la sonrisa, la euforia, la compañía de aquellos que se alinearon en su contienda. El otro se lame las heridas en la soledad de su frustración, sangra por dentro, acomoda los tantos que aún le quedan; ensaya una sonrisa, masculla su bronca, extiende o no su mano al circunstancial adversario y se refugia en el silencio de la reflexión.

     A uno lo rodean, se muestran, comparten el triunfo y posan para la foto. Al otro lo acompaña el aislamiento (buscado o no), el silencio de los que hasta el momento lo escoltaban y la compasión de los que lo rodean.

     La advertencia para aquel, el consuelo para éste: “los imperios no perduran”; el que es, pasa a ser y en el horizonte otro sol se renueva para que lo que muere, viva; para lo que viva, sucumba en el camino del renacimiento eterno.

     ¿Qué es perder? ¿Es fracasar? ¿Es lograr experiencia para volver a intentar?

     ¿Qué es ganar? ¿Es vencer? ¿Es apoderarse para dominar? ¿Para servir?

     ¿En una está la frustración, el desengaño? ¿En la otra, la presunción, el aliento?

     ¿Dónde se aprende a quedar en la estacada? ¿Quién es capaz de disimular la alegría del triunfo so pena de incurrir en la hipocresía?

     Una maestra, la señorita Nora, me sorprendió un día al usar una buena estrategia para dirimir el problema, al concluir una competencia deportiva. Propuso a los perjudicados con el resultado, recorrer la cancha al grito de ¡perdimos… perdimos! Claro, eran niños y lo tomaron como un juego más; pero fue bueno observar el asombro en el rostro de los ganadores.

     No había fotógrafos ni micrófonos, ni cámaras de televisión que registraran el momento… ¿Lástima o menos mal?

     Hasta la próxima.

     Mary Pieroni




domingo, 28 de agosto de 2011

Educación para todos

Vivimos en un mundo de contradicciones (creo que siempre fue así), donde es difícil saber cuál es la verdad. Me parece que, con algunos tropiezos, la vida es una sucesión de búsqueda de lo que es legítimo, aunque no siempre lo aceptemos, ya que en la mayoría de los casos, adoptamos según nuestra conveniencia.


     Y es así que una vez que elegimos, nos aferramos y si no resulta, consideramos la elección como un fracaso, en lugar de asumirlo como un desafío en esto de error-acierto, pero siempre exploración.


     ¿Por qué hay escuelas para discapacitados, (bellas en su tarea) y no para superdotados? ¿Es otra forma de discriminación o, simplemente, una materia pendiente o el miedo a parecer soberbios o temerosos de que los inteligentes formen una casta para fomentar envidia?


     ¿Qué significa “Educación para todos” más allá de que es necesario, imprescindible en un sociedad que pretende ser democrática? Me cuesta explicarlo. A ver si nos entendemos. Existen individuos más inteligentes que otros; algunos, excelentes. Son lo que se aburren en clase, unos molestan con sus preguntas, con sus actitudes, otros se aletargan. ¿Qué les brindamos? ¿Les damos el doble de actividades, los frenamos, amonestamos? Todo un tema… ¿O no?


     ¿Será que hay deserción en las escuelas y en cada lugar donde la persona se siente marginada, porque no hay igualdad de oportunidades? Tal vez, digo tal vez, algo solucionaríamos si conociéramos dónde y cómo viven alumnos y empleados y a partir del conocimiento comprendiéramos y motiváramos para dar la posibilidad de crecer.


     ¿Se instaló la mediocridad en todos los ámbitos? ¿Es que la insuficiencia, pequeñez, vulgaridad, insignificancia, mezquindad, imperfección (sinónimos que apunta el diccionario), se adueñó de todos los espacios y nos vamos acostumbrando a la no excelencia, a la no generosidad?


     Pregunto porque, tal vez, tenga temor de incurrir en falsedades si opino. O a lo mejor no estoy demasiado segura de que las mías sean verdades. Pero, es bueno preguntarse cosas que, a lo mejor, le sirven al otro.


     Hasta pronto.


     Mary Pieroni